Intruso en Cirugía parte 3 y última
Pedro, aquel hombre moreno de
mediana estatura y mirada triste, me sorprendió desde la primera vez que lo vi.
Jamás pensé que esta historia se prologaría tanto… Después de aquella primera
guardia y su grata compañía, nos vimos dos veces más.
Dentro de las rotaciones, nos
tocaba pasar por una que se llama “área de curación”, donde básicamente nuestra
tarea era limpiar las heridas de los pacientes que tenían diabetes. Cuando
estaba llegando, vi a Pedro, esta vez sonriendo (aunque siempre lo hacía), lo
salude con mucha felicidad, y con mucho gusto lo volví a atender.
Conversando, le dije que tenía
que cuidarse, sino su otro pie (ya tenía una pierna hasta la rodilla amputada),
iba a sufrir las mismas consecuencias de la otra pierna. Semanas después,
cuando volví a rotar por emergencia, lo volví a ver, feliz, pero con aquella
mirada triste y lejana, venía por lo que más me preocupada: otra amputación. Le
pregunte cuál era su sentimiento, él me dijo que ninguno en particular, que así
eral la vida y tenía que afrontarla tal cual.
Esas palabras sonaron dentro de mí
como eco muy fuerte, que no ha dejado de sonar por mucho tiempo. Me entró una
sensación de existencialismo ¿Vale la pena actuar? ¿Vale la pena sufrir de
estrés? ¿Cuándo muera, todo habrá servido? ¿Cuál es la mejor forma de vivir? Y
la que más retumba dentro mío ¿Vale la pena luchar por mis ideales?
Pedro, ahí estuve, cuando con una
“sierra” quitaron de tu vida a tu otra pierna, estuve para darte la mano y
decir ¡Vamos que todo saldrá excelente! No podía hacer nada más, desde aquel
instante me pregunté ¿qué tanto tengo que sufrir por el sufrimiento ajeno?, o
¿Debo de ser ajeno al sufrimiento del prójimo? Gracias Pedro, porque me enseñaste
que ante todo, debo de ser valiente.
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