Puedo juzgar a otros con mi presente, más no con mi pasado, sino juzgo ¿Cómo cambian?
En un mundo de miedos, en un
mundo de hipocresía, en un mundo donde te dicen “Vive y deja vivir” ¿Cómo no
indignarme? ¿Cómo no asustarme por el presente? ¿Cómo no pensar en que vendrá
para el futuro? ¿Acaso no es egoísta no pensar en los que vendrán? ¿Qué mundo
le dejaremos, uno en construcción o uno en decadencia? Debemos de tener cuidado
cada vez que nos decimos “Vive y deja vivir”.
Tanto si eres religioso, como si
no lo eres. Como humano es nuestro deber ayudar y apoyar a quien este caminando
en contra vía. ¿No le dirías a alguien que va a ser atropellado ¡cuidado!? O ¿acaso
no correrías a ayudar a alguien que se acaba de caer? Es lo mismo con los
principios básicos humanos, ni si quiera divinos, pues Jesús nos vino a
recordar para que nacimos realmente.
Hay principios que no deberían
estar escritos en libros, sino en nuestros corazones tales como: No robar, no
mentir, no decir chismes, no hablar mal de alguien que no puede defenderse, no
tentar a alguien que está comprometido con otra persona o peor aún con el mismo
Dios, no decir algo y hacer otra cosa, no burlarse del caído, no criticar sino
hay fin alguno, no ofender. Pero en el mundo donde residimos nos olvidamos de
nuestros principios, y es nuestro deber como defensores de los callados (de los
que vendrán), recordarles a todos aquellos que no están actuando bien, que actúen
bien.
Finalmente, graficando la idea.
No puedo callarme si sé que un amigo o amiga le está fallando a su esposo/a o enamorado/a,
no puedo quedarme jamás callado. Tengo que decirle a esa persona que no está
actuando bien, que deje de hacer lo que está haciendo. No te olvides que tanto
como el que tira la piedra y la ve tirar y no dice nada, están atentando contra
ti y contra mí.
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