Atrapado en la verdad
Cuando las luces se apagan, suele llegar la lámpara que ilumina o quema. Cuando Juan Ignacio decidió caminar por el sendero de la curiosidad y tempestad, muchos le advirtieron. En el trajinar de los días, Juan Ignacio iba con migajas de duda que trataba de disipar con el pensamiento profundo. Reflexionar era para el, uno de los momentos de mayor placidez en el día. Un día leyó que René Descartes, tenía una habitación donde se sentaba horas y horas en silencio solo a pensar !que ocioso se sentía!
El cuento es largo, pero el climax corto y caluroso. Aquel que llevaba una lámpara el día que Juan Ignacio decidió abandonarse por completo al pensamiento crítico, un día lo llamo, sabía por donde Juan Ignacio flaqueaba.
- Te invito a una obra social que voy a llevar a cabo -
- Me encantaría- Dijo nuestro personaje
El día pactado llego. Un despertar perezoso, un abrir de ojos cansado y ese sol, el sol que pegaba muy fuerte. Una tos que no pasaba con nada, una rinorrea feroz, ese escalofrío ruidoso por dentro. Todo daba para un día esplendoroso.
-Se que el sol se oculta, cuando ya está cansado de ilumunar- Dijo Juan Ignacio
- No - Dijo el señor de la lámpara- El sol se oculta cuando fue mandado a hacerlo.
- ¿Es decir que no tiene vida propia?- Juan Ignacio preguntó
- Nada tiene vida propia, la vida ya tiene dueño.
- Elevemos palabras y demos silencio al espíritu- Finalmente dijo el señor de la lámpara
Verde por todas partes, percibía Juan Ignacio en su viaje. Que hermosos paisajes y que gente tan amable, pero no sabía que lo que le esperaba a tan entusiasmado viajero. Al llegar, tocar la puerta, unos personajes de enormes sonrisas le dieron un fuerte saludo !Bienvenido a la iluminación! No sabía que pasaba.
- Tu eres a quien esperábamos- nuestras plegarias están contigo y la verdad está con nosotros.
Entre la conversación, se asomaba por la puerta principal un hombrecillo de lengua extraña, saludó con mucho entusiasmo.
-Quien tiene su voluntad en si mismo, no tiene vida, quien deposita su voluntad en las manos de quien es dueño de la vida, tiene vida eterna- Nos dijo amigablemente aquel hombrecillo de lengua extraña.
Juan Ignacio no sabía que pasaba, deseaba poder salir y encontrarse de nuevo. No tardaron en llegar palabras a mucha velocidad, intentando volver a abrir aquel cuarto cerrado, lleno de pasado. No deseaba abrirse, se sentía cómodo donde estaba. Palabras que llegaban sin poder conservarlas, sin poder trabajarlas. Pasó lo que temía.
- Que lo que se hable, quede, que lo que se piensa, no- Dijo el hombrecillo de lengua extraña. Dialoguemos.
No sabía que pasaba, un viaje de obra social, se convertía en un regreso presionado hacía aquel lugar ya abandonado. ¿Dónde estás espíritu mio? - Se preguntaba, mientras por el lazo del respeto y obediencia caminaba hacia donde se le indicaba.
No quiero, no quiero, se decía, sus ojos se colapsaban, no quiero insistía dentro de sí. No había escapatoria
, el cuarto estaba ahí, la revolución no aparecía, el valor huía y la cobardía azotaba sin piedad el corazón ardiente de este buscador de la verdad.
, el cuarto estaba ahí, la revolución no aparecía, el valor huía y la cobardía azotaba sin piedad el corazón ardiente de este buscador de la verdad.
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